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ARTICULOS DEL 17/3/2023 AL 9/1/2024 CONTRAPUNTO

COMPRAR  EL GOBIERNO CORROMPIENDO LAS INSTITUCIONES Y LA DEMOCRACIA

CATALUÑA, CORRUPCIÓN, GOBIERNO, PSOE Posted on Mar, octubre 10, 2023 11:49:03

Al sanchismo no se le puede negar su capacidad de crear relatos y, aún más, su habilidad para poner de acuerdo a todos los heraldos con la finalidad de que repitan una y otra vez la misma consigna. Para algunos nos puede resultar ridículo contemplar ese mimetismo, pero no hay que suponer que hace su efecto en una gran parte de la población.

Para desprestigiar a Feijóo han puesto en circulación un mantra: la soledad del presidente del PP. La verdad es que la contestación no resulta demasiado difícil. Más vale estar solo que mal acompañado y la compañía de golpistas y filoterroristas no es precisamente para envidiar. Aitor Esteban, a quien no le gustó el zarandeo que recibió en la sesión de investidura, va diciendo por ahí que Feijóo así no va hacer amigos. El problema es que el PNV ha hecho algunas amistades que le pueden costar caras y que están a punto de desbancarles. Ya se lo dijo el candidato mirando a Bildu.

Por otra parte, la soledad de Feijóo es muy relativa. Tiene mayoría absoluta en el Senado. Los populares controlan casi todas las autonomías y ayuntamientos y, como consecuencia, la Federación Española de Municipios y Provincias. En estos momentos, Feijóo cuenta con su partido unido como una piña y en el PP no parece que haya fisuras, por mucho que los sanchistas se empeñen en lanzar bulos y rumores asegurando lo contrario.

A pesar de la altanería y autosuficiencia con la que se presenta Sánchez, su situación no es precisamente muy cómoda. Sus amistades, aparte de no ser recomendables, no son muy fiables y están enfrentadas entre sí. Todas ellas unidas por el mismo pegamento, los intereses. A pesar de que Benavente por boca de Crispín afirma un poco cínicamente “Que mejor que crear afectos es crear intereses”, las amalgamas basadas en conveniencias son siempre bastante enmarañadas.

El nuevo Frankenstein que Sánchez quiere construir, además de ser monstruoso y deforme como su nombre indica, está lleno de grietas y de contiendas internas. El PNV contra Bildu, y viceversa; Esquerra y Junts enfrentados, y Sumar parece un polvorín a punto de estallar. Pero es que el mismo PSOE no está tan unido como parece. Es verdad que Sánchez ha establecido en el partido un régimen autocrático, ha creado una estructura férrea, cambiando las reglas de juego y colocando en todos los puestos importantes hombres de su confianza, pero da la sensación de que su adhesión no es tanto por convencimiento como por conveniencia, y el edificio no es tan sólido como todo el mundo se figura.

Sánchez ha ido tan lejos en sus propósitos y en sus cesiones que ha provocado que muchos antiguos dirigentes y militantes hayan alzado su voz. Por más que el sanchismo haya pretendido descalificarles, tildándoles de carrozas y situándoles en la prehistoria, hay que suponer que sus manifestaciones algún eco han tenido que despertar en muchos afiliados y simpatizantes, sobre todo en aquellos que ahora no ocupan ningún cargo público. Pero es que, además, el 28 de mayo constituyó una auténtica hecatombe para el PSOE, perdiendo casi todo el poder territorial.

Sánchez ha pretendido tapar la debacle convocando elecciones generales el 23 de julio y hay que reconocer que sus resultados -o más que estos la falta de escrúpulos y las posibilidades de formar de nuevo un gobierno Frankenstein- han hecho olvidar momentáneamente el fracaso autonómico y municipal. Pero resulta difícil calcular cuánto van a durar esta euforia y este entusiasmo que pretende transmitir Moncloa. Si al final se logra formar gobierno, el efecto será muy positivo para el núcleo duro que rodea a Sánchez. Habrán mantenido sus puestos de trabajo, pero qué dirán los cientos e incluso miles de militantes que han perdido sus cargos en el ámbito territorial. Parece bastante inevitable que, como el exalcalde de Valladolid, echen la culpa a los acuerdos de Sánchez con los independentistas. A este le han recolocado en el Parlamento y por eso se ha callado, o mejor dicho ha empezado a graznar, pero todos no caben en el Congreso o en el Senado.

Sánchez pretende justificar ante las bases las cesiones que va a realizar ahora con los soberanistas con el argumento de que después de haber perdido gran parte del poder territorial no pueden renunciar al gobierno central. Sería quedarse sin nada. Pero la mayoría de los militantes pueden llegar a la conclusión de que a ellos en concreto que Sánchez se mantenga en el gobierno hipotecado a los independentistas no les soluciona demasiado y de que las futuras cesiones puedan volver a ser tan escandalosas en sus territorios que ante unas nuevas elecciones autonómicas o municipales no solo no ganen, sino que terminen perdiendo lo poco que les queda.

Muchos comentaristas se preguntan por qué se ha producido esa diferencia en resultados entre el 28 de mayo y el 23 de julio. La razón me parece evidente: en mayo no intervenían ni el País Vasco ni Cataluña; en julio, sí. No es solo que estos dos territorios no celebrasen elecciones autonómicas en la primera fecha, la razón principal se encuentra en que en unas elecciones generales -aunque se pierdan, y Sánchez las perdió en julio- se puede mantener la representación de que se ha vencido siempre que se esté dispuesto a pactar a cualquier precio con los secesionistas de todos los pelajes y conseguir de esta manera el poder. Pero en Castilla y León, Extremadura, Aragón, Murcia, Madrid, etc., no hay independentistas con los que pactar.

A pesar de las apariencias, puede ser que el partido socialista -si exceptuamos Moncloa, Ferraz y aquellos que viven colgados a sus ubres- no sea tan monolítico como se quiere dar a entender, y que si nos desplazamos al ámbito territorial las grietas pueden ser más profundas. El mismo hecho de que Ferraz y Zapatero hayan forzado a que todos los secretarios provinciales firmasen un manifiesto apoyando los futuros pactos es señal de que no están nada seguros de que la unión se mantenga.   

Pero que nadie se engañe, las grietas no son tantas y tan profundas  como para que aquellos que mantienen poder –como es el caso de los diputados nacionales- se rebelen. Por eso, la llamada del PP a romper la disciplina del voto no tenía ninguna viabilidad práctica. Su único sentido podría encontrarse en lo testimonial, colocando ante la cara de todos los diputados socialistas su complicidad con el sanchismo y su enorme contradicción, al ser representantes de extremeños, castellanos, andaluces, etc. En cualquier caso, el momento más adecuado para que algún diputado socialista se descolgase no era la votación pasada, sino las próximas, especialmente si se llega a votar una ley de amnistía. Pero tampoco hay que esperarlo.

Resulta sorprendente que el sanchismo hable de transfuguismo, como asombroso es que Yolanda Díaz afirme que el transfuguismo es la mayor de las corrupciones, frase que Sánchez ha repetido. La primera no ha tenido ningún empacho no ya en romper la disciplina de voto, sino en traicionar abiertamente a la formación política que le había hecho ministra y vicepresidente segunda del Gobierno. El segundo capitaneó el transfuguismo de 15 diputados socialistas (entre los que se encontraba la actual ministra de Defensa) en la votación de la investidura de Rajoy. En cualquier caso, se equivocan de diana: la mayor corrupción no está ni mucho menos en lo que se denomina transfuguismo, se encuentra en comprar y conseguir el gobierno pervirtiendo las instituciones y la democracia.

republica.com 5-10-2023



EL QUE SE MUEVE SÍ SALE EN LA FOTO

GOBIERNO, PSOE Posted on Mar, septiembre 26, 2023 00:17:10

La portavoz del PSOE -y no sé si también ministra de Hacienda- perdió una ocasión magnifica de callarse. Le ocurre siempre igual. Habla, habla y habla y está dispuesta a manifestar que una cosa es verde, aunque todo el mundo esté viendo que es roja. No tiene ningún pudor. Pero constituye una marca de la casa, una característica del sanchismo. Todos suelen repetir la misma consigna, consigna que consiste casi siempre en predicar de los otros lo que con mucha más razón se les puede achacar a ellos.

Estos días han repetido hasta la náusea que Aznar era un golpista y que había llamado a la rebelión. En la exageración llegan hasta el ridículo, porque simpático no es que sea, pero de ahí a golpista va un buen trecho. Sobre todo, uno no sale del estupor, cuando ve que con toda desfachatez hablan de golpismo aquellos que llevan gobernando con los golpistas cinco años, a costa de haberles colmado de mercedes y que en este momento están negociando una nueva legislatura en la que, según parece, van a  comprometerse en concesiones increíbles. Es más, alguien podría sospechar que es el propio sanchismo el que está preparando el golpe al proyectar hacerse con el gobierno a base de transgredir la Constitución con los medios que le proporciona el haber conseguido un Tribunal Constitucional a su medida.

La señora Montero dijo eso de que en este PSOE el que se mueve sí sale en la foto. Precisamente lo fue a decir el día antes de que expulsasen a Nicolás Redondo, sin expediente alguno, sin Comisión de garantías ni nada, y tan solo por el ordeno y mando del caudillo.

No es preciso que me detenga a elogiar la historia política de Nico y de su familia. Es de todos conocida. Diré tan solo que había que amar mucho unas siglas y tener bastantes agallas para ser militante del PSOE en el País Vasco en los años del plomo, y que nadie puede reprocharle que se le revuelvan las tripas al ver la frivolidad con que esas siglas se ligan ahora con los herederos de los que amenazaban de muerte a él y a su familia. Añadire que me uno con agrado a la petición hecha desde estas mismas páginas por Pablo Sebastián para que se convoque un homenaje a Nicolás Redondo Terreros.

Pero, dicho esto, no puedo por menos que referirme a un hecho que me ha parecido desconcertante. Se trata del comentario de Felipe González: “Su padre me convocó una huelga general y no se me ocurrió expulsarle”. No sé qué hay que admirar más si la falta de memoria o la arrogancia. Nicolás Redondo Urbieta convocó no una huelga general, sino tres: diciembre de 1988, julio de 1992 y enero de 1994. Y todas con bastante seguimiento. Supongo que González se refería exclusivamente a la del 14 de diciembre de 1988, que paralizó el país. No se le ocurrió expulsarle porque le habría resultado totalmente imposible.

El éxito de la huelga fue tan grande que lo que sí se le ocurrió a González fue dimitir, y estuvo a punto de hacerlo y de encomendar el gobierno a Narcís Serra. Al final le convencieron de que quien aguanta gana. Eso es lo único que sabe muy bien Sánchez, que una vez que se abandona el poder es difícil recuperarlo. Felipe aguantó, pero no tuvo más remedio que sentarse a negociar con los sindicatos. No podía expulsarlo, pero hizo algo peor, que fue, años después, intrigar con los bancos para que cortasen la financiación a la PSV, por lo que esta tuvo que quebrar y con ello logró que el sindicato entrara en crisis.

El carácter absolutamente caudillista que impera en el actual PSOE y el desprecio que mantiene por la legalidad y las formas no puede servir tampoco para que dibujemos -como algunos pretenden- un escenario idílico del PSOE de Felipe González. En esos tiempos se perseguía también al disidente, ya fuese en el partido o en la Administración. Doy testimonio de ello. No sé en otras latitudes, pero en nuestro país los partidos no se han caracterizado por su buen funcionamiento democrático. Cosa bien distinta es que el sanchismo haya roto todos los moldes y sobrepasado todas las barreras y líneas rojas.

Entiendo perfectamente la tristeza y en cierto modo la desesperación de personas como Felipe González, Alfonso Guerra y otros muchos más que han estado implicados en la Transición y en estos cuarenta años de democracia, al ver con qué frivolidad unos alfeñiques ponen en solfa todo el sistema político y conspiran contra una Carta Magna que, con todos sus defectos, ha mantenido la estabilidad política y económica durante un largo periodo de tiempo. Como afirmó Guerra en el homenaje a Laborda: “Vivimos en un mundo desde la política en el que se relega a los capitanes con destreza y experiencia a permanecer en la orilla mientras se entrega el gobierno a los grumetes”. ¿Cómo no entenderles cuando se pretende tirar por la borda todo aquello que en buena medida ha dado sentido a sus vidas?

Ahora bien, no estaría mal tampoco que hiciesen algo de examen de conciencia y se interrogasen si en cierta manera no han sido ellos un poco culpables de la situación insólita a la que hemos llegado. Sánchez y sus adláteres no han surgido por generación espontánea. Hay que preguntarse si en el PSOE antiguo no estaba ya el germen del monstruo actual; si, como decía el banderillero de Juan  Belmonte, también el PSOE ha llegado al sanchismo mediante el zapaterismo, degenerando, degenerando… Aunque hay que reconocer que la degeneración comenzó ya con el felipismo.

Pero abramos el abanico porque la decadencia no se ha producido exclusivamente en el PSOE. Ha surgido en todos los partidos. Hace tiempo vengo afirmando que la Ley de Gresham de la economía (“la moneda mala expulsa a la buena”) donde mejor se cumple es en la política. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Las trampas con que nos estamos encontrando ahora tienen su origen mucho tiempo atrás.

Quizás el primer error cometido se encuentre en la propia Constitución que, a diferencia de la alemana, se definió como no militante y consiente la existencia de partidos políticos que defienden abiertamente la ruptura de España. Asimismo permite que determinadas Comunidades gocen de ciertos privilegios (a los que llaman fueros) en materia presupuestaria y fiscal, propios de la Edad Media. A ello tal vez haya que añadir la propia ley electoral, que otorga una representación mayor de la que corresponde a los partidos nacionalistas y no impuso su presencia en un número mínimo de provincias para poder tener diputados en el Parlamento español, medida que hubiese sido necesaria para que los intereses de todos los parlamentarios coincidan con el interés general de la nación y evitar así que el Congreso se convierta en una subasta en la que se puja por votos a cambio de privilegios localistas.

Durante los muchos años que el sistema ha girado alrededor del bipartidismo, los partidos nacionalistas de Cataluña y del País Vasco, mediante la cesión de sus votos en las Cortes Generales, obtuvieron pingües privilegios y consolidaron sus posiciones en sus respectivas Comunidades Autónomas. Tanto el PSOE como el PP, cuando estaban en el gobierno, les dejaron actuar libremente en sus territorios a cambio de contar con su apoyo en el Parlamento nacional. Poco a poco, en parte mediante un fuerte adoctrinamiento, en parte mediante un continuo trasvase de competencias y en parte debido a la pasividad de los gobiernos centrales, Cataluña y el País Vasco han ido conformándose como Estados independientes, si no de iure, sí de facto, de tal modo que al final los separatistas terminan creyendo que también lo son de pleno derecho.

No obstante, hay que reconocer que todo ello se mantuvo durante muchos años dentro de un orden, guardando cierta medida. Tanto González como Aznar pensaron que siempre se iban a respetar los límites. Craso error. Cuando se dan los vacíos legales siempre surge el peligro. Ha bastado con la llegada de un aventurero sin escrúpulos para que, colándose por los agujeros existentes, tirase el tablero y pusiese todo patas arriba. Sánchez, al igual que los mandatarios de algunas repúblicas autocráticas de América Latina, piensa que la democracia se reduce a las urnas. La elección da derecho a todo, todo se puede cambiar de acuerdo con los intereses del caudillo. Montero afirmó que en este PSOE el que se mueve sí sale en la foto. Difícil, porque lo que ocurre es que no hay foto en la que salir, porque la única foto es la de Pedro Sánchez.

republica.com 21-9-2023



HAY QUE BUSCAR UN ENCAJE PARA CATALUÑA ¿OTRA VEZ?

CATALUÑA, GOBIERNO, PSOE, SANCHISMO Posted on Sáb, septiembre 16, 2023 11:16:11

En esa especie de locura en la que se mueve hoy la política española, Feijóo, después del mitin de Puigdemont en Bruselas, ha propuesto un pacto para el encaje territorial de Cataluña. Lo de “virtus in medio” pierde al presidente del PP. Hay temas en los que el medio no es posible. Llevo más de 45 años oyendo que hay que buscar un encaje para Cataluña. Uno de los principios que informaron la Constitución de 1978 fue el de encajar no solo a Cataluña, sino también a todos los nacionalistas en España.

El tema, sin duda, viene de lejos. Una vez más, hay que recordar la intervención de Ortega y Gasset en el Congreso de los Diputados en el debate sobre el Estatuto de Cataluña. Entresaco un párrafo de un texto mucho más amplio que transcribí en el artículo publicado en este mismo diario el 27 de febrero de 2020, titulado “Ortega y Gasset y la mesa de diálogo de Sánchez”:

“…Se nos ha dicho: «Hay que resolver el problema catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. La República fracasaría si no lograse resolver este conflicto que la monarquía no acertó a solventar… ¿Qué es eso de proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre y de raíz un problema, sin parar en las mientes de si ese problema, él por sí mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante?… Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles…”.

El problema es que, como también afirma Ortega, el nacionalismo particularista (es su nomenclatura) nunca ha querido conllevarse, sino que ambiciona separarse políticamente del resto de los españoles.

A lo largo de estos años, la Constitución de 1978 se ha estirado como si fuera un chicle para proporcionar más y más encaje a los independentistas, hasta el extremo de que desde hace tiempo estas minorías tienen más derechos que la propia mayoría. A pesar de todo ello, los nacionalistas no se han sentido nunca a gusto y han pedido siempre más y más. Pero ha sido con Sánchez -y sus ambiciones- cuando las cesiones han dado un salto cualitativo, pactando en 2018 con aquellos que acababan de dar un golpe de Estado, y quedando el gobierno de España en cierta forma a su albur.

Tras las elecciones del 23-J y la entrada en escena de Puigdemont, las exigencias se han elevado al máximo y se demuestra una vez más que los independentistas no quieren ningún encaje. Después de la elección de la mesa del Congreso, todas las voces del PSOE -incluyendo los tertulianos afectos-, siguiendo la consigna, se lanzaron a pregonar la idea de que se había pagado un precio muy reducido. Disiento. Lo primero que hay que cuestionar es por qué la totalidad de españoles deben pagar un precio a una minoría independentista tan solo para que la señora Armengol sea la presidenta del Congreso, como primer paso para que lo sea Sánchez del Gobierno de España. Uno tendería a pensar que la constitución de la mesa es un problema de mayorías y pactos dentro de las distintas ideologías y no un mercado turco de favores.

La segunda cuestión es que el precio no tiene nada de barato. El tema de la amnistía ha desplazado de la tribuna pública todo lo anterior, pero las concesiones realizadas para algo tan simple como elegir los miembros que deben dirigir la Cámara han sido cuantiosas y de alto coste. Comenzando por la designación de la propia presidenta de la mesa, desalojando a Batet para poner en su lugar a Armengol, a fin de dar gusto a los separatistas. No es que precisamente Batet fuese sospechosa de probidad o de falta de disciplina. Pertenece al PSC y en sus tiempos defendió ardorosamente el derecho a decidir. Eso ya nos puede dar una idea de por dónde se mueve la actual presidenta, cuando los soberanistas la prefieren, aunque ciertamente nos debería bastar su trayectoria en el gobierno balear. El diario El País -siempre predispuesto a blanquear los actos de Sánchez- defendió que su nombramiento era un guiño a la España periférica. ¿Quizás a Extremadura, Andalucía, Murcia, Galicia, a Cantabria, a Asturias? No creo. ¿A Baleares que la acaba de echar? Imposible. Solo al País Vasco y a Cataluña. Sus primeros actos como presidenta de las Cortes indican de manera bastante fehaciente cuál va a ser su trayectoria: dogmática y sectaria.

Pero es que, además, el lote exigido por los independentistas ha ido mucho más lejos. Las cesiones han sido múltiples, pero todas van dirigidas al mismo objetivo: a situarse en mejor posición de cara a una nueva declaración unilateral de independencia. En esa línea consideran esencial que el Gobierno español los reconozca como nación frente a Europa. De ahí la importancia que dan al uso de las lenguas cooficiales.

Uno de los problemas que tiene el nacionalismo surgido en el siglo XIX es que, en los tiempos actuales, resulta difícil -en muchos casos imposible- determinar el contorno de la teórica nación. ¿Dónde empieza y dónde acaba?, ¿qué es lo que los distingue de los demás?: los famosos hechos diferenciales. Acudir a la entidad étnica (y al RH) está muy mal visto después de la Segunda Guerra Mundial, de manera que los distintos nacionalismos no tuvieron más remedio que refugiarse en la entidad cultural. Pero hoy en día, tras la globalización, la integración financiera y comercial, la movilidad de las personas y los negocios resulta muy difícil mantener la ligazón con el terruño y encontrar la llamada identidad cultural. Las distintas cavilaciones y las teóricas naciones se difuminan y solo permanecen las entidades políticas y jurídicas, es decir, los Estados.

¿Quiénes son los catalanes?, ¿los que ahora habitan en la Comunidad Autónoma, aunque acaben de llegar, o todos los nacidos en Cataluña vivan donde vivan? ¿Por qué van a poder votar los catalanes residentes en Costa Rica y no los residentes en Madrid? ¿Quién es el sujeto de ese derecho a decidir que se invoca? ¿Cuál es criterio a seguir? ¿Los nacidos en la Comunidad Autónoma de Cataluña, definida curiosamente de acuerdo con la Constitución del 78, formada por cuatro provincias, con los límites que estableció el ordenamiento jurídico en 1833?, ¿o más bien los residentes en ella, sean oriundos de donde sean? ¿Y por qué no escoger a todos los países catalanes o al antiguo Reino de Aragón, con lo que seguramente el resultado sería muy distinto?, ¿o cada provincia tomada individualmente? ¿Qué ocurriría si la mayoría en Barcelona y Tarragona se pronunciase en contra de la escisión, aunque la mayoría de la Comunidad se mostrase a favor?, ¿se independizarían tan solo Lérida y Gerona? ¿Y qué sería de los municipios que se pronunciasen en contra de lo decidido por sus correspondientes provincias?…

Al nacionalismo solo le queda como elemento identitario el lenguaje. Es por eso por lo que le concede tanta importancia, por lo que lo convierte en un concepto casi ontológico. Lo asimila con el espíritu del pueblo. De ahí que pretenda que el catalán sea hegemónico en Cataluña y, en consecuencia, su lucha en contra del castellano; de ahí que planteen como un acto de reafirmación que el Gobierno español reclame el catalán como idioma oficial en Europa; de ahí que exijan también la autorización para poder utilizar, casi como un acto de desafío y de forma inmediata, las lenguas cooficiales en el Congreso.

El último recurso identitario que les queda a los nacionalistas es la lengua. Esta deja de ser para ellos un simple instrumento de comunicación y, como tal, con una finalidad práctica y subordinada a conseguir el fin para el que ha nacido que es entrar en relación con los otros  seres humanos. Desde esta ultima perspectiva, el uso de distintos idiomas en el Parlamento va a suponer un atraso.

Es de sobra conocido ese pasaje de la Biblia (Génesis 11; 1-9) que narra la construcción de la torre de Babel y cómo Yahvé, ofendido por la osadía de los que querían llegar hasta el cielo, se dijo a sí mismo: “Hablan un solo idioma, podrán lograr todo lo que se propongan, mejor será que confundamos su lengua, y hagamos que tengan que explicarse en distintos idiomas, de manera que no se entiendan entre sí”.  En el relato bíblico -y se supone que las diferentes civilizaciones antiguas eran del mismo criterio-, las distintas lenguas, lejos de ser un lujo, una riqueza,  un avance, son un impedimento.

Dado que según el artículo tercero de la Constitución, los españoles tenemos el derecho y el deber de conocer el castellano como lengua oficial del Estado. La introducción de las lenguas cooficiales en el Congreso no va a ayudar precisamente a la comunicación entre los parlamentarios, y menos aún entre estos y la gran mayoría de los epañoles. Cualquiera que haya usado la traducción simultánea sabe que por muy buenos que sean los traductores, cosa que no es frecuente, su uso se convierte en un auténtico incordio, la comprensión se hace mucho más difícil y se pierden cantidad de matices.

Todo aquel que considere que lo que está diciendo es importante y que pretenda que su mensaje se escuche, sea nacionalista o no, terminará hablando en español. Pasado el furor del momento y el acto de reivindicación que los soberanistas suponen que representa intuyo las lenguas cooficiales se van a usar muy poco. La hacienda pública española se va a gastar un montón de dinero sin ninguna utilidad, excepto para Sánchez y sus ansias de permanecer en la Moncloa. Para vergüenza de los señores diputados (y como testimonio de la poca utilidad de las sesiones parlamentarias cuando se impone la apisonadora de una mayoría absoluta forjada en los pasillos), a menudo el hemiciclo se queda casi vacío. ¿Podemos imaginarnos lo que ocurrirá si se mantiene el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso? Lo más seguro es que, pasado el fervorín de los primeros momentos y excepto algún hooligan, todo el mundo antes o después termine empleando el castellano.

Ahora bien, las cesiones realizadas para la constitución de la cámara van más allá. Se dirigen también a que el Estado (Gobierno y Congreso) reconozcan que Cataluña ha sido y es una región oprimida y que ha soportado de España toda clase de oprobios y persecuciones. Eso es lo que se pretende con la creación en el Congreso de dos comisiones de investigación orientadas una a investigar la posible ilegalidad de haber espiado a los independentistas mediante el programa Pegasus, y la otra a esclarecer la supuesta complicidad de los servicios secretos españoles en los atentados de las Ramblas de Barcelona. De ambas quizás hablemos otro día, pero digamos al menos ahora que su simple constitución es un acto incomprensible de humillación por parte del Estado.  

republica.com 14-9-2023



SIMONÍA Y FRAUDE ELECTORAL

GOBIERNO, PSOE, SINDICATOS Posted on Lun, agosto 21, 2023 17:04:26

Leo con asombro la relajada y amable entrevista que Esther Jaén ha realizado a Unai Sordo en el The Objective del día 5 de este mes de agosto. Mi sorpresa no radica tanto en el tono benévolo de la periodista como en que el entrevistado parece más el portavoz de un gobierno que el secretario general de un sindicato de clase. Sus loas a las políticas del Ejecutivo sobrepasan con mucho las de Calviño, Escrivá y Yolanda Díaz juntas.

Me gustaría contestar a muchas de las aseveraciones que en materia económica se hacen en la entrevista, pero otro es el objetivo que me he propuesto en este artículo. Me libera de lo primero el hecho de que en múltiples ocasiones me he referido en diversos artículos publicados en este medio a la evolución de la economía española, desmontando creo yo la política triunfalista del Gobierno y, por lo que parece ahora, también de CC. OO. Citaré tan solo dos de ellos: el del 16 de febrero de 2023, titulado “Nadia en el país de las maravillas”  y el del 29 de junio de este mismo año que lleva por título “La economía española, como una moto”.

A menudo se dice que citarse a uno mismo constituye una pedantería. Puede ser cierto cuando se efectúa como argumento de autoridad. Desde luego, en mi caso nada más lejos de esa finalidad. En primer lugar, porque, a diferencia de Nadia, no me tengo por tal y, en segundo término, porque no me han gustado nunca demasiado ese tipo de argumentos. Mi propósito se orienta, por un lado, a evitar en lo posible reiteraciones y, por otro, ya que ante la limitación de espacio de un artículo muchas afirmaciones por fuerza tienen que quedar sin aclarar, creo yo que ello en parte puede solucionarse citando otros artículos en los que la idea está mucho más desarrollada.

Pero volviendo a la entrevista y a mi extrañeza, diré que hasta cierto punto es habitual el triunfalismo de un gobierno. Aznar y zapatero se empeñaron en decirnos que todo iba fenomenal y nos armaron una buena. Lo que ya no es tan frecuente es que sea el secretario general de un sindicato de clase el que adopte esta postura. En cualquier caso, tal como anteriormente decía, me quiero referir en este artículo únicamente a una de las expresiones de Unai Sordo, y que Esther Jaén coloca como titular y frontispicio de la entrevista: “Llamar Frankenstein al Gobierno es llamárselo al país. España es así. Plural”.

España puede ser plural. Pienso que no mucho más que otros países, pero sus ciudadanos no son golpistas ni filoterroristas ni en general están huidos de la justicia. Tampoco son simpatizantes de ellos. No lo son ni siquiera la gran mayoría de los que hayan podido votar al PSOE o a Sumar. Estoy convencido de que muchos lo han hecho tapándose las narices y quizás ante la falsa idea de que daban su adhesión a un gobierno progresista.

El problema no está en la pluralidad, sino en un fenómeno anómalo y totalmente desquiciante que se está produciendo en nuestra democracia. La mezcla de partidos nacionales que, al menos en teoría, se mueven en el eje izquierda-derecha, con otros denominados partidos nacionalistas en los que esta contraposición tiene un sentido totalmente accesorio, mientras que su casi exclusiva finalidad es la defensa de sus territorios que, en la mayoría de los casos, como es lógico, va en detrimento del resto. Sus diputados no van a las Cortes a defender el interés general, sino tan solo el interés particular de determinadas regiones.

Si el nacionalismo se extrapolase a todas las Comunidades, se habría terminado la contienda ideológica en la política y sería sustituida por la lucha territorial. La coexistencia de estas dos clases de formaciones políticas origina que en aquellas Autonomías en las que no existen partidos nacionalistas los ciudadanos se ven en una situación de inferioridad, puesto que en el Congreso o en el Senado no habrá nadie que anteponga sus intereses por encima de cualquier otra cosa. Paradójicamente, los votos entregados a los partidos nacionales se terminarán empleando en la compra de las formaciones nacionalistas y consecuentemente en contra de los intereses de los que votaron por ideología (acertada o erróneamente) y no lo hicieron en función de querencias territoriales.

Desde la Transición, con la finalidad de atraer a los nacionalistas (vano intento), se ha dado a estos un trato de favor. Es más, cuando el partido ganador (bien fuese el PSOE o el PP) no tenía mayoría absoluta reclamaban el apoyo de una formación nacionalista, que se lo prestaba, pero siempre con un precio. Eso ha hecho que a lo largo de estos años los desequilibrios territoriales se hayan ido incrementando, mientras el Estado ha sido incapaz de corregirlos. Cataluña y el País Vasco han salido altamente beneficiadas situándose entre las Comunidades con mayores rentas, sin que por su parte contribuyan apenas a la solidaridad interterritorial.

Sin embargo, estas disfunciones -al menos hasta el 2008- se mantuvieron siempre dentro de un orden y ningún partido nacional (PSOE, PP e IU) sobrepasó nunca respecto al independentismo las líneas rojas. Bien es verdad que el PSOE tuvo que lidiar con las veleidades del PSC, que casi siempre tiraba al monte, e IU con las de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y las de Madrazo y ‎Ezker Batua en el País Vasco. La expresión más clara de esta contención fue el Plan Ibarretxe, consistente en un nuevo estatuto cuyo contenido fundamental era el reconocimiento del llamado derecho a decidir (la autodeterminación) del pueblo vasco. En enero de 2005 el Congreso de los Diputados rechazó el nuevo estatuto por 313 votos, 29 a favor y 2 abstenciones. Tanto el PSOE como IU votaron en contra, solo ICV se abstuvo.

No obstante, en los últimos años se han producido tres acontecimientos que han distorsionado por completo el escenario político y agravado la desigualdad territorial. El primero consiste en la metamorfosis acaecida en el ámbito nacionalista, en el que todos han pasado a ser independentistas. En la mayoría de los casos se ha ido más allá. En Cataluña dieron un golpe de Estado y declararon unilateralmente la independencia; en el País Vasco y Navarra se ha fortalecido Bildu, formación política continuadora de ETA, sino en sus acciones violentas sí en el relato. Ya no se trataba de pactar con nacionalistas, sino con delincuentes o defensores de delincuentes.

El segundo suceso radica en la progresiva convergencia ideológica entre izquierda y derecha. La globalización, la Unión Europea (EU) y fundamentalmente la Moneda Única, van borrando progresivamente las diferencias. La UE, a pesar de englobar bastantes elementos del Estado de bienestar, se ha construido fundamentalmente en materia económica sobre principios liberales y con unos parámetros en los que resulta casi imposible mantener una ideología socialdemócrata y mucho menos ponerla en práctica.

Ante esta nueva situación, la izquierda ha ido abandonando en buena medida la lucha social para refugiarse como quehacer propio en determinados objetivos que sin embargo son transversales: conseguir la igualdad objetiva entre hombres y mujeres, la protección de los derechos de los homosexuales y de los emigrantes, la lucha frente al cambio climático, incluso el animalismo, etc. En esa lista, al menos en España, se ha incorporado la defensa del nacionalismo, como si sus derechos fuesen los que están siendo atacados y no fuesen ellos los que agreden las libertades de todos los demás.

La tercera circunstancia consiste en la aparición de un aventurero llamado Pedro Sánchez, dispuesto a todo por conseguir el poder. Con los resultados del partido socialista más bajos de la historia, se propuso llegar a la presidencia del gobierno por el único sistema que le resultaba posible, saltándose todas las barreras y líneas rojas.

Estos tres acontecimientos han creado en España un escenario político nuevo basado en contradicciones y desequilibrios que progresivamente se va deteriorando y, a su vez, va consolidando una radical injusticia. Los votos cosechados entre los ciudadanos de unas Comunidades terminan beneficiando a los independentistas de otras, con el consiguiente menoscabo de los intereses de los primeros. Puede ocurrir que los ciudadanos de Murcia, Castilla-La Mancha, Extremadura, Andalucía, Madrid, etc.  contemplen que los votos que han dado al PSOE o a Sumar se emplean a favor de los independentistas vascos o catalanes y en su perjuicio.

Relata la historia que uno de los vicios más extendidos en el cristianismo durante la Edad Media era el de simonía, la compra de beneficios o cargos eclesiásticos. El nombre proviene de Los Hechos de los apóstoles en los que un personaje denominado Simón el Mago quedó tan impresionado por el poder taumatúrgico de San Pedro que deseó comprar tal facultad, y que fue condenado por el apóstol en estos términos: «¡Que tu dinero perezca contigo, ya que creíste que el don de Dios se podía comprar por dinero”.

Sánchez ha instaurado la simonía política, lleva desde el principio comprando el gobierno con todo tipo de mercedes, solo que paga con dinero ajeno, el dinero de todos los españoles, y con los bienes y derechos de los ciudadanos de todas las Autonomías. El hecho de que los recursos y los votos con los que se compra el gobierno Frankenstein provengan de toda España no hace a todo el país Frankenstein, tal como afirma el secretario general de CC. OO. ni responsable de la simonía ni de los abusos cometidos contra la democracia. Más bien los hace paganos a la fuerza de la fiesta. ¿Qué ocurriría si esos acuerdos se sometiesen a referéndum?

A la mayoría de los votantes del PSOE y de Sumar se les ha pedido el voto en clave de izquierdas-derechas: un gobierno del progreso frente a la involución, al retroceso, a la caverna. Pero en cuanto han pasado las elecciones el escenario ha cambiado. Todo el juego se centra en el precio que tendrá que pagar Sánchez a los independentistas para gobernar, precio que terminará sufragando el resto de los españoles.

Pensemos en un extremeño, un andaluz o un gallego que se creyó ese relato de que venía la reacción, y que le iban a despojar de todos sus derechos. En suma, que se retrocedería al franquismo -bien es verdad que la mayoría ni siquiera lo habrá conocido. Y en función de todo ello votó al bloque que se denominaba de progreso. Pero he aquí que comienza a ver que, una vez transcurridos los comicios, lo primero que se discute es si se condona la deuda de 70 mil millones de euros a una de las Comunidades más ricas de España, condonación que, lógicamente, se haría a costa de la totalidad de los españoles.

Asimismo, empieza a constatar que en las negociaciones se está tratando también la posibilidad de extrapolar a Cataluña el modelo del cupo aplicado al País Vasco, con lo que se dañaría gravemente la función redistributiva del Estado. Tal vez -y aparentemente con menos ambición, pero con resultados similares-, se plantea como alternativa un nuevo modelo de financiación de las Comunidades Autónomas basado en el axioma catalán de que “España nos roba”, y que en román paladino quiere decir acabemos con la solidaridad interterritorial, que las regiones pobres sean cada vez más pobres y las ricas cada vez más ricas.

Otros temas que se están mercadeando sotto voce quizás sean más abstractos para el extremeño o el castellanomanchego de nuestro ejemplo, pero no por eso son menos importantes. Se dé cuenta o no, está sobre el tablero si se les priva de un derecho básico: la soberanía sobre todo el territorio nacional (y de todo lo que conlleva de participación en la decisión democrática). Se cuestiona si esta va a quedar cercenada por los privilegios a determinadas Comunidades Autónomas.  También está en juego la igualdad en las posibilidades de empleo y si el idioma va a constituir una frontera infranqueable; o si el Estado (es decir, todos los españoles) pierde las competencias sobre los puertos, los aeropuertos, etc. Incluso si el Tribunal Supremo va a tener algo que decir en Cataluña.

Sánchez afirma que denunciar todo esto es enfrentar a los territorios entre sí, pero lo que en realidad pone a unas regiones contra otras es incrementar sus diferencias para conseguir el gobierno de la nación y para permanecer en él. Se habla continuamente de la desigualdad entre hombres y mujeres, pero habría que preguntarse si en España el mayor desnivel económico no se produce entre los que viven en una u otra Comunidad.

Hay muchas voces, acaso bien intencionadas, que arguyen que esto son peticiones del oyente y que después no se llevan a la práctica. La verdad es que decían lo mismo de los indultos, de la eliminación del delito de sedición y de la rebaja del de malversación, o de otras muchas actuaciones que parecían inverosímiles al principio; y también afirmaban que no se iban a realizar nunca y, sin embargo, después se han hecho realidad.

En la entrevista citada, Sordo asegura que los acuerdos se harán dentro de la legalidad y el Gobierno reitera que se respetará la Constitución. Pero la Constitución puede interpretarse de manera muy flexible (sobre todo cuando se cuenta con un Tribunal Constitucional colonizado y a la medida), y las leyes se pueden cambiar. ¿Qué pensaría el secretario general de Comisiones si, por ejemplo, se aprobase un tipo único para el IRPF desarmando al gravamen de toda progresividad y privándole de su carácter redistributivo? Sería legal, al igual que sería legal si el Gobierno y las Cortes eliminasen el seguro de desempleo. Pero por ello no dejaría de ser una iniquidad.

Muchas actuaciones, medidas o hechos son injustos, abusivos o despóticos, y en bastantes casos constituyen un claro fraude, aunque no contradigan directamente la Constitución y las leyes. El diccionario de la Real Academia establece como primera acepción de fraude: “Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete“. No habla para nada de Constitución ni de leyes. ¿Acaso no se pueden calificar de fraude electoral los acuerdos que va a firmar Sánchez? Perjudican a casi todos los que le han ofrecido el voto, voto que se les ha pedido recurriendo al eje izquierda-derecha y ahora los utiliza en beneficio de los independentistas para comprar su permanencia en el gobierno.

república.com 17-8-2023



SIETE AÑOS DESPUÉS, EL ETERNO RETORNO

APUNTES POLÍTICOS, GOBIERNO, PSOE Posted on Lun, agosto 07, 2023 09:22:55

Los distintos medios y comentaristas, con carácter general, han comparado las elecciones de este 23 de julio con las de 2019, pero en realidad con las que habría que relacionarlas sería con las del 20 de diciembre de 2015. Eran las primeras a las que se presentaba Pedro Sánchez como secretario general del partido socialista. Como es sabido, la victoria fue del PP con 123 escaños, frente a los 90 que consiguió el PSOE.

Pero la máxima novedad de aquellas elecciones fue la participación en unas generales por primera vez de dos nuevos partidos: Podemos, con todas sus confluencias (Compromís, Podemos, En Común, Mareas, etc.), que obtenía 69 diputados y Ciudadanos, que logró 40. Se conoce de sobra la historia, de qué manera esos resultados, juntamente con el “no es no” de Sánchez, avocaban a la parálisis y a unas nuevas elecciones, como así ocurrió, perdiendo cinco diputados el PSOE, mientras el PP ganaba catorce.

Siete años después, celebrados estos extraños comicios, parece que nos encontramos en una situación similar, el día de la marmota.  De nuevo Sánchez no quiere saber nada del PP, que es el ganador de las elecciones, y rechaza cualquier acuerdo. Se incurre una vez más en el eterno retorno, pero, como siempre que se produce este modelo estructural, hay diferencias. Nunca se vuelve exactamente al punto de partida. Su representación sería no una circunferencia, sino quizás una espiral. Es igual, pero distinto. Tesis, antítesis, síntesis.

Las elecciones de 2023 nos retrotraen a las de 2015. Se ha creado un escenario gemelo, pero también han surgido factores discrepantes. Ha desaparecido Ciudadanos y sin embargo se ha incorporado VOX. Sumar ha usurpado el puesto a Podemos; y el hecho de que hayan sido las primeras elecciones generales celebradas en pleno verano y en un puente festivo para cuatro Comunidades Autónomas ha aportado a estos comicios condiciones especiales que han podido afectar a los resultados y muy posiblemente hayan sido la causa de los errores cometidos por los sondeos.

Pero la diferencia principal no se encuentra en todo lo anterior, sino en la previsible salida del impasse y en la postura adoptada por el PSOE y sus votantes frente a él. En 2015 la negativa radical de Sánchez al diálogo con el PP avocaba o bien a unas nuevas elecciones o bien a lo que Pérez Rubalcaba denominó como gobierno Frankenstein. Entonces esto último aparecía como algo irreal, impensable, insólito. Aunque muy posiblemente estuviese ya en la cabeza y en los deseos de Sánchez, no entraba dentro de lo admisible en la sociedad española ni tampoco en el partido socialista.

Hubo que esperar a 2018 para que, un poco a traición, con una moción de censura, se hiciese realidad. Antes fue necesario que se produjeran múltiples acontecimientos: celebrar nuevas elecciones en las que el PSOE perdió cinco diputados y el PP ganó catorce; un intento velado de Sánchez de constituir el gobierno Frankenstein, y su dimisión forzada de secretario general del partido; la investidura de Rajoy gracias a la abstención de la gestora que había sustituido a Sánchez, al no existir otro camino viable, ya que unas nuevas elecciones amenazaban al partido socialista con una pérdida mucho mayor de escaños; la reelección de Sánchez en unas segundas primarias como secretario general del PSOE, etcétera.

En 2018, Sánchez, con 85 diputados, se lanza a interponer una moción de censura contra Rajoy que le sirve para alcanzar el objetivo, tan acariciado desde 2015, de ocupar la presidencia del gobierno; aunque ciertamente de la única forma que le era posible, apoyándose en todos los partidos que por uno u otro motivo estaban contra la Constitución y pretendían romper el Estado. Incluso algunos de ellos se habían situado ya  al margen de la ley y sus líderes se hallaban presos o prófugos.

Es evidente que en el 2015 estos planteamientos no tenían sitio entre los votantes del PSOE, ni siquiera entre los militantes que después eligieron a Sánchez en las primarias. Ingenuo de mí, pensé que el partido socialista, al haber traspasado todas las líneas rojas, tendría un fuerte castigo electoral en las primeras elecciones a las que se presentase. No fue así, y en 2019 incrementó el número de diputados. Bien es verdad que a lo largo de la campaña Sánchez había prometido no pactar con ninguno de los partidos con los que después pactó y que eran los mismos que le habían apoyado en la moción de censura.

Tras la inverosímil investidura de Pedro Sánchez en el mes de enero de 2020, publiqué en la editorial “El viejo topo” un libro titulado “Una historia insolita. El gobierno Frankenstein”. Me preguntaba en la introducción cómo habíamos llegado a esa situación. ¿Cómo era posible que las mismas personas que habían dado un golpe de Estado en Cataluña decidiesen quién gobernaba en España? ¿Cómo podría ser que el partido socialista de Euskadi, cuyos militantes habían sido constantemente amenazados y más de uno asesinado por ETA compadreasen ahora con los sucesores de la banda terrorista? Así, añadía en aquella introducción, podríamos continuar relatando más y más situaciones inauditas de nuestra realidad social y política que jamás años atrás hubiésemos podido suponer que iban a producirse.

Pero pensaba que lo más grave con todo -y esa era la razón de escribir el libro- se encontraba en que, a base de permanencia, lo que sin duda era absurdo, anómalo e incluso impúdico, lo termináramos aceptando como normal. Mi temor se ha hecho realidad y ha aparecido de manera palmaria en estas elecciones de 2023. Sustancialmente, el escenario político se ha retrotraído a la misma situación de 2015. El PP ha ganado las elecciones y Sánchez se niega en redondo a todo diálogo con el ganador. “No es no”. Se da sin embargo tal como decimos, una enorme diferencia, que lo que entonces aparecía como anatema y Sánchez no se atrevía explicitar ahora aparece como normal y lógico y se da por supuesto que el PSOE pactará no solo con Esquerra y con Bildu, sino también con un prófugo, perseguido por la justicia como Puigdemont.

Durante estos cinco años los ciudadanos han visto cómo en España han mandado aquellos que estaban sentenciados por dar un golpe de Estado y por los que no condenaban los crímenes de ETA y tenían por objetivo liberar y homenajear como suyos a los asesinos de la banda terrorista. Para blanquearles, se les permitió a Esquerra y a Bildu presentar leyes en nombre del Gobierno. La sociedad ha podido constatar cómo se ha elaborado una ley de memoria democrática que, con la finalidad de dar gusto a los independentistas, arroja los años de la Transición acaecidos hasta 1983 al infierno de la dictadura.

Toda la sociedad ha tenido constancia de que Sánchez ha indultado a los condenados por atentar contra la Constitución, el Estatuto y la unidad nacional, a pesar de que siempre había negado que lo fuese hacer y, como si esto fuese poco, ha eliminado del Código Penal el delito de sedición y ha rebajado las penas por malversación y corrupción con el objetivo de exculpar a los aún no condenados.

Con la misma finalidad ha colonizado, con la complicidad de García Egea, el Tribunal de Cuentas. En este caso se pretende librar o rebajar la responsabilidad contable, y por lo tanto la obligación de devolver al fisco lo hurtado, ya sea por el procés,  por los ERE de Andalucía o por los desaguisados del Ministerio de Sanidad y de Illa en los suministros de la pandemia.

Y así podríamos seguir enumerando hechos en una serie interminable. Todos ellos se consideraban inimaginables e insólitos tiempo atrás, sin embargo, ahora son aceptados por muchos comentaristas, tertulianos y en general por los medios de comunicación como totalmente lógicos e incluso resultados de una saludable política, y una parte de la sociedad los ha sancionado con su voto el día 23 de julio.

En 2015, 2016 Sánchez no podía manifestar claramente sus deseos y cuando se intuyó lo que pretendía el Comité Federal forzó su dimisión. En esta ocasión, por el contrario, desde el primer momento se ha dado por seguro que se constituiría un nuevo gobierno Frankenstein y ni siquiera se ha desechado la idea cuando los datos han mostrado que se necesitaba el concurso de un huido de la justicia como Puigdemont. Lo que escandalizaba entonces a la nomenclatura del PSOE les llena ahora de gozo; solo había que ver a la ilustre ministra de Hacienda dando saltitos como una colegiala. Cabría suponer que le había tocado la lotería. Claro que, considerándolo bien, es posible que ella sí lo pensase. Es muy duro dejar el sillón de la calle Alcalá y volver de currita a Sevilla.

Diez días antes de la celebración de las elecciones, el 13 de julio, publiqué en estas páginas un artículo titulado “Que te vote Otegi”, y lo terminaba con estas palabras: “Tomar conciencia de que votar a Sánchez es votar a Otegi, a Rufián, a Puigdemont y a Oriol Junqueras. Demasiada gente…”. Parece ser que a una gran parte de los ciudadanos no les ha importado acostarse con todos ellos. Quizás haya primado más lo de panem et circenses. Si se quiere, puro aire, pero el personal se lo ha terminado creyendo, como ha acabado por aceptar la posible llegada de la derecha como la máxima amenaza y por tragarse lo del gobierno de progreso.

Pocas cosas serán más grotescas que contemplar a Andoni Ortuzar jactarse de que el PNV ha frenado a la derecha, porque es difícil encontrar partidos en España más conservadores que el Partido Nacionalista Vasco. Lo avalan las actas en el Congreso y la propia historia de la formación con un fundador racista, Sabino Arana, (al que rinden periódicamente homenaje) y un lema que dice así: “Dios y ley vieja”. En ideología racionaría solo puede competir con la antigua CiU de la que Junts per Cat es la sucesora. Por eso resulta también tremendamente irónico escuchar a Sánchez emplazar a Puigdemont a que elija entre la derecha y el gobierno de progreso. Más derecha que allí donde se encuentren Ortuzar, Puigdemont, Junqueras u Otegi es imposible. ¿Y cómo calificar de progreso a un gobierno que va a estar en manos de todos estos personajes? ¿Existe algo más reaccionario que partir del supremacismo y tener por finalidad incrementar la desigualdad, bien sea personal o territorial?

No se entienden demasiado muchos de los votos emitidos a favor de Sánchez entre los ciudadanos de Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, etc. Sin embargo, sí parecen más lógicos los de Cataluña o los del País Vasco.  En gran medida, la mejora en los resultados de Sánchez proviene de Cataluña. También fue Cataluña la encargada de dar el triunfo a Zapatero en 2008. En esta ocasión son dos las vías por las que se ha producido el ascenso del PSC. En primer lugar, porque la parte más trabucaire del independentismo había dado la consigna de no participar en las elecciones de España, lo que explica la fuerte abstención de Cataluña, por encima de la media nacional y que lógicamente favoreció a los partidos no independentistas. La segunda razón se encuentra en que es posible que muchos soberanistas considerasen que en el Estado el PSC garantizaba mejor los intereses del independentismo que las formaciones tenidas por tales.

La coexistencia de partidos nacionales con formaciones nacionalistas en la política española conduce a efectos claramente negativos y distorsionantes. Los votos de Andalucía, de Extremadura, de Castilla-La Mancha y de otras muchas Comunidades más, se utilizan para incrementar los privilegios de las regiones ricas. En realidad, eso es lo que ha ocurrido y va a suceder, que Sánchez esta poniendo las adhesiones de los ciudadanos de esas Comunidades al servicio de los intereses independentistas. Todo ello disfrazado con el señuelo de ese irreal gobierno de progreso.

En esa dinámica de normalizar lo que es escandaloso y monstruoso, desde el PSOE e incluso desde voces de comentaristas políticos que se tienen ideológicamente como de derechas culpan al PP de la situación creada. Le reprochan que esté solo en el escenario político, de que esté aislado. Parecería que lo lógico e inteligente sería negociar con los independentistas y ceder a sus chantajes. Algo falla en la estructura democrática de España cuando se afirma que la única forma de alcanzar el gobierno es pactar con golpistas, prófugos o filoterroristas.

republica.com  3-8- 2023



QUE TE VOTE OTEGI

CORRUPCIÓN, GOBIERNO, PSOE Posted on Dom, julio 16, 2023 20:05:21

De cara a las elecciones del 23 de julio, son muchos los comentaristas que afirman que no se puede hablar de partidos sino de bloques. La multiplicidad y diversidad de las fuerzas políticas, las dificultades de obtener mayorías absolutas y la imposibilidad de entendimiento entre los dos partidos principales a partir del “no es no” de Sánchez, nos conducen a que las opciones electorales no se concreten tanto en los partidos políticos como en las alianzas. El análisis podría ser correcto si, por una parte, se sitúa al PSOE y a Podemos (ahora Sumar) y, por otra, al Partido Popular y a Vox.

Esto representa una ducha de realismo para los votantes, pues deben ser conscientes de que, si no hay mayoría absoluta, los dos partidos principales llevan remolque detrás. Tanto Vox como Podemos tienen fuertes detractores. A unos se les tilda de fascistas y a los otros de comunistas. La paradoja es que hoy en día es difícil encontrar de verdad un fascista o un comunista.

Por mucho que a algunos les repelan los planteamientos de Podemos y a otros los de Vox, hay que reconocer que ninguna de estas formaciones defiende la violencia y se supone que ninguna de ellas está dispuesta a cambiar la Constitución por la fuerza o de forma unilateral mediante un golpe de Estado. Bien es verdad que los Comunes -que se encuentran dentro de Sumar- defienden un referéndum de autodeterminación para Cataluña. En cualquier caso, no parece que se pueda condenar por principio ni la alianza del PSOE con Sumar ni la del PP con Vox, y el resultado será mejor o peor en función de la pericia y de la firmeza que mantenga el partido mayoritario, y el sentido práctico que posea el minoritario. De hecho, este tipo de alianzas viene produciéndose desde hace tiempo en Comunidades y Ayuntamientos.

No obstante el problema surge al ampliar el tema en otro asunto bastante más relevante y espinoso: el bloque del PSOE no se ha reducido a Podemos, sino que, rompiendo todas las líneas rojas, ha introducido en su cargamento de matute contrabando y elementos tóxicos. Sánchez ha englobado de facto en su Gobierno a todas las formaciones políticas que conspiran para romper -sea por el método que sea- el Estado, incluso mediante la sedición o la rebeldía como los catalanes o justificando la violencia terrorista como Bildu, que si en este momento no la práctica es tan solo por el convencimiento de que ahora resultaría contraproducente y negativo para conseguir sus fines.

Aunque formalmente estas formaciones políticas no han pertenecido al Ejecutivo, han influido más en la gobernanza del Estado que si hubiesen formado parte de él. Es algo que podría servir de enseñanza a Vox y a Podemos (ahora Sumar): que no hace falta ser ministro ni vicepresidente del Gobierno para condicionar la actuación política del Ejecutivo.

Tanto Bildu como Esquerra nos han recordado con cierta frecuencia que la gobernanza del Estado se asentaba precisamente sobre ellos, que paradójicamente no creen en el Estado español. Y ciertamente si Sánchez es presidente del Gobierno y los ministros, ministros, mal que les pese, a ellos se lo deben. Lo peor es que su apoyo no ha sido gratuito. Sánchez ha estado dispuesto a comprar su voto mediante todo tipo de concesiones, muchas de ellas en contra de los derechos de todos los españoles, no solo económicos -a pesar de ser las Autonomías más ricas de España-, sino también civiles y políticos.

Sánchez ha forjado una nueva definición de la mentira, cree que debería llamarse rectificación. Él no ha mentido, ha rectificado en función del cambio de las circunstancias. En cierta forma es verdad. Lo que ocurre es que las situaciones que cambian y originan la rectificación de Sánchez no son las sociales ni las políticas ni las económicas, son únicamente las condiciones necesarias para mantenerse en el Gobierno. Las promesas, las actuaciones y los principios son mutables, lo único que permanece es la finalidad: perpetuarse en el poder.

Al margen de lo que en otro tiempo Sánchez hubiese mantenido, se ha plegado a la totalidad de las peticiones de golpistas y filoetarras. Desde establecer negociaciones con una Autonomía de igual a igual, otorgándole en la práctica la condición de Estado independiente, hasta indultar en contra del tribunal sentenciador a unos condenados que acababan de dar un golpe de Estado; desde transferir la competencia sobre la justicia al Gobierno vasco a trasladar a los presos por terrorismo a Euskadi; desde eliminar el delito de sedición hasta modificar rebajando las penas del de malversación para beneficiar posiblemente a los condenados por el 20 de octubre y por la declaración unilateral de independencia; desde permitir que la Generalitat continúe creando estructuras de Estado destinadas a favorecer una próxima conspiración, como las llamadas embajadas catalanas, hasta consentir y casi promocionar a través del PSC que el español esté proscrito en Cataluña.

Serían muchos más los actos y sucesos que se podrían enumerar, casi una lista interminable, a través de los cuales se ha pagado a los independentistas y filoterroristas por sus servicios. Incluso muchos de ellos se pueden encontrar ocultos, como todo lo que hace referencia a Puigdemont. El problema adquiere toda su complejidad cuando se pasa del pasado al futuro, porque estas mismas coordenadas permanecen de cara al 23 de julio. Los golpistas catalanes y Bildu mantienen las mismas posturas. Repiten una y otra vez que volverán a hacerlo. El discurso sanchista acerca de que, gracias a las cesiones, Cataluña está mejor y el problema del independentismo se ha desinflado no se sostiene. La aparente tranquilidad se ha conseguido tan solo porque el Estado (principalmente las leyes y el poder judicial) les han demostrado a los soberanistas que declarar unilateralmente la independencia es bastante más difícil de lo que creían y han decidido retornar de momento a los cuarteles de invierno a prepararse y armarse aprovechando las oportunidades que les ofrece el sanchismo. Las cesiones solo han servido para incrementar sus expectativas y, de paso, apuntalar el Gobierno de Sánchez.

Y este es el único escenario que de cara al futuro presenta alguna probabilidad de que el actual presidente del Gobierno se mantenga en el colchón de la Moncloa. Si los números se lo permiten (lo que parece  muy difícil) será solo resucitando el Gobierno Frankenstein (quizás uno más amplio y deforme que el actual). Recuerdo que en  2018, a pesar de no tener muy buena opinión de Pedro Sánchez, me quedé estupefacto. Me parecía inverosímil que el secretario general del PSOE (teniendo 85 diputados) se prestara a intentar ganar la moción de censura, y por lo tanto se convirtiese en presidente de gobierno con el apoyo de Bildu y de aquellos que acababan de dar un golpe de Estado y que estaban perseguidos por la justicia. No solo por lo que el hecho representaba en sí mismo, sino por la hipoteca que implicaba para el Ejecutivo y para el Estado.

Pensé que Sánchez lo pagaría en las urnas. Me equivoqué radicalmente. En las elecciones de abril de 2019, Sánchez mejoró el resultado pasando de los 85 diputados a los 123, que quedaron reducidos a 120 después convocarse nuevos comicios en noviembre del mismo año. El fundamentalismo de partido está muy instalado en España y se vota más en función de las siglas que de las ideas.

No participo de esa teoría muchas veces repetida de que el pueblo siempre tiene razón. Creo que a menudo se equivoca. La democracia es el sistema que establece que la mayoría tiene derecho a gobernar, pero ello no implica que sean acertadas todas sus decisiones. El resultado de las urnas en 2019 concedió de nuevo  a Sánchez la posibilidad de gobernar, pero no solo con los diputados socialistas, ni siquiera en coalición con Podemos, la única forma posible fue reeditando el Gobierno Frankenstein.

Durante cuatro años ha sido este Gobierno el que ha dirigido el país, que tal como afirman los mismos soberanistas es una unión claramente antinatural, artificial, deforme. Que dirijan el Estado quienes quieren romper el Estado. “Operari sequitur ese”, el obrar sigue al ser. Luego es lógico que a lo largo de estos cinco años el equilibrio haya sido inestable; la gobernanza, anárquica, caótica, embrollada, perturbada, llena de vaivenes, mantenida a costa de mercedes.

Resulta palmario que el bloque de Sánchez no se compone únicamente de los diputados del PSOE y de Sumar, sino que, para alcanzar de nuevo el poder solo lo podrá hacer repitiendo la alianza de la moción de censura de 2018 y la investidura de 2019. Eso es lo que quiere ocultar el sanchismo y a eso se orienta la última encuesta del CIS. Tezanos pretende convencernos de que el PSOE y Sumar pueden obtener mayoría absoluta y no necesitar reconstruir el Gobierno Frankenstein.

Tezanos es un buen profesional. Se decía y era verdad que Guerra sabía los resultados antes de que el Gobierno los hiciese oficiales, por ejemplo, los 202 diputados de 1982. Pero detrás de Guerra estaba Tezanos. Pienso que el actual presidente del CIS no comete errores, sino deformaciones de la realidad perfectamente conscientes y con una finalidad claramente política de ayudar a su señorito. Así ha sido en todas las encuestas, presentando una ventaja del PSOE que no era real. Pero ahora ha ido más lejos. Intenta alejar de la mente del votante el fantasma de la repetición del Gobierno Frankenstein, que sin duda es aquello que más puede debilitar al sanchismo.

A estas alturas ya se sabe lo que se puede esperar de la recreación de ese Gobierno. Los secesionistas ya están tomando posiciones por si, al final, logran alcanzar, entre todos, la mayoría necesaria, y están dejando muy claro que, en todo caso, al igual que en la legislatura pasada, el apoyo no será desinteresado. Incluso están  insinuando el precio. Hablan ya de referéndum de independencia.

A alguien se le ocurrió hacer una pancarta con la frase “Que te vote Chapote”. Frase que se ha hecho viral; ha habido quien la lanzo en directo en TVE. Incluso se ha coreado en una plaza de toros. Pero tal vez sería más propio decir que te vote Otegi. O, mejor, tomar conciencia de que votar a Sánchez es votar a Otegi, a Rufián, a Puigdemont y a Oriol Junqueras. Demasiada gente… 

republica.com 13-7-2023



LA DERECHA COMO COARTADA

GOBIERNO, PSOE Posted on Sáb, julio 08, 2023 19:32:32

Creo que fue Baudelaire quien afirmó que la última estratagema del diablo es propagar la noticia de que no existe. Parangonándolo, Aranguren escribió que la última treta de la derecha es lanzar el rumor de su desaparición. En muchas ocasiones he estado de acuerdo con esta aseveración del catedrático de Ética. Sin embargo, las circunstancias han cambiado de tal manera y tanto se han modificado los partidos que hoy me inclino a pensar que desde hace una serie de años cada vez es más difícil distinguir entre izquierda y derecha y que los gobiernos se dividen más bien en eficaces e incapaces.

En la actualidad, paradójicamente, la frase de Aranguren quizás se podría enunciar al revés: la artimaña de ciertos partidos consiste en proclamarse de izquierdas y lanzar el bulo de la pervivencia de una derecha imaginaria, irreal, conjunto de todos los males y perversiones posibles; construyen un espantapájaros con el que asustar al personal, diferencias que resultan muy difíciles de admitir si se pertenece a la Unión Europea.

Un caso representativo de lo anterior lo constituye el sanchismo. Sánchez ha basado toda su estrategia política en un radical pero nominal enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas, retrotrayéndonos a una parte de la historia de España que creíamos ya superada y olvidada.

Paradójicamente, el actual presidente del Gobierno comienza su andadura política en la derecha del partido socialista. En 2009 sustituye en el Congreso de los Diputados a su tocayo Pedro Solbes, y cinco años más tarde, siendo casi un desconocido, se presenta a las primarias bajo el patrocinio de Susana Díaz y de Pérez Rubalcaba, que le eligieron como hombre de paja para contraponerlo a Eduardo Madina y a José Antonio Pérez Tapia, ambos situados más a la izquierda.

La metamorfosis se produce en seguida, un año más tarde, a partir de las elecciones de 2015, en las que obtuvo noventa escaños, el peor resultado en la historia del PSOE. Lo lógico es que hubiese dimitido, tal como en su momento hicieron Almunia y Pérez Rubalcaba, ambos con mejores resultados (125 y 111 escaños, respectivamente). Pero Sánchez no estaba dispuesto a tirar la toalla ni a asumir el papel que le habían asignado de marioneta, ni siquiera a dejar de acariciar la idea, a pesar de sus malos resultados, de hacerse con la presidencia del gobierno.

Dado que el PP había obtenido ciento veintitrés escaños, treinta y tres más que Sánchez, la estrategia de este tenía que pasar por no aceptar ningún acuerdo con esta formación política, que siempre le hubiera colocado en un puesto secundario y privado de la posibilidad de estar a la cabeza del Ejecutivo. De ahí la postura numantina en el “no es no” y su intención de anatematizar al PP y establecer un cordón sanitario a su alrededor.

Primero se sirvió de Ciudadanos firmando con esta formación un pacto con toda una ridícula parafernalia de presentación, tanto más cuanto que no poseían el número de diputados suficientes -aunque Sánchez confiaba en que Podemos no sería capaz de votar con el PP en contra de su investidura. Se equivocó en esto, y también en forzar unas nuevas elecciones, en las que perdió cinco diputados mientras que el PP ganaba catorce.

A Sánchez no le quedaba más que un camino, aislar al PP y lograr el apoyo del resto de partidos de la cámara, excepto Ciudadanos, cuya entrada en esa melé habría sido contra natura. Es lo que Rubalcaba con sumo acierto denominó Gobierno Frankenstein. Bien es verdad que en aquel momento eso aparecía no solo como descabellado, sino como un auténtico sacrilegio. Significaba pactar con aquellas formaciones políticas que estaban preparando un golpe de Estado y con los herederos de ETA, que no condenaban los crímenes cometidos por esta banda, y si habían abandonado las armas era tan solo por una cuestión de estrategia.

Todo el tejemaneje de Sánchez frente al Comité federal estuvo dominado por esta idea. Sabía que no podía explicitar claramente este objetivo, pero tampoco estaba dispuesto a renunciar a él y permitir que gobernase Rajoy. Unas terceras elecciones hubieran sido un suicidio para el PSOE. Existía el precedente de las segundas. La historia ya se conoce y también la intención de Sanchez de convocar de nuevo primarias a quince días vista, lo que desde su puesto de secretario general y en tan corto espacio de tiempo le daba la certeza de ganarlas. Habrían constituido una especie de referéndum o plebiscito que implícitamente legitimase sus pretensiones y acallase cualquier crítica del Comité Federal. El truco era tan burdo que no pasó desapercibido a muchos de los miembros de este órgano, y para evitarlo forzaron su dimisión.

Que no era un problema de izquierda y derecha lo manifestó claramente la composición tan heterogénea de la multitud que aquella noche se agolpó en la puerta de Ferraz queriendo evitar la defenestración de Pedro Sánchez. En las fotos apareció -como un hooligan más- el que después sería presidente de la Generalitat y uno de los principales representantes del supremacismo: Quim Torra. Su presencia indicaba claramente hasta qué punto estaba avanzada la operación, a quién beneficiaba y cuál era su objetivo.

Sánchez volvió a usar el fantasma de la derecha. Puso en el centro de su enfrentamiento con el Comité Federal el hecho de que este órgano propiciaba la abstención en la investidura de Rajoy. En realidad, la nueva gestora del PSOE no tenía otra alternativa. Unas terceras elecciones hubiesen sido desastrosas para esta formación política, y simplemente habrían empeorado la situación. No obstante, Sánchez aprovechó esta circunstancia para plantear las primarias en esta clave, los que querían frente a los que no querían investir a Rajoy. Por supuesto, lo que siempre se calló fue que la única alternativa consistía en pactar con los filoetarras y con los que preparaban un golpe de Estado. Una vez más, se servía de la derecha como coartada y excusa. Esto es lo que le permitió ganar de nuevo las primarias.

De vuelta a la Secretaría General, se propuso, por una parte, controlar de forma caudillista y sin ninguna limitación al partido y, por otra, continuar con la misma táctica que tan bien le había resultado. De acuerdo con ambas finalidades, convocó un congreso bajo el lema “Somos la izquierda”. Mala cosa cuando las realidades no se perciben y hay que proclamarlas y publicitarlas. Si de verdad se es de izquierda, lo lógico es que se vea en los hechos y en las actuaciones, y no hace falta promulgarlo. Además, el cartel no decía somos un partido de izquierda, sino somos la izquierda, la única izquierda.

Hace bastantes años quedé atónito al escuchar a un prohombre del PSOE manifestar que “socialismo es lo que hacen los socialistas”. Afirmación de lo más delirante, pero al mismo tiempo de lo más inmovilista. Es decir, no cabía crítica alguna frente a la política económica que se estaba aplicando; puesto que la realizaban los socialistas, era socialismo. Por más sorprendente que resulte esta definición, lo cierto es que se ha mantenido durante muchos años y ha orientado la actuación del PSOE en múltiples ocasiones.

Es más, quizás con una formulación no tan clara, se ha aplicado también en muchos países a la doctrina socialdemócrata. Se piensa que socialdemocracia es lo que hacen y profesan los partidos socialdemócratas. Así, por desgracia, en el imaginario colectivo se ha condenado a esta ideología a seguir el destino de los partidos de igual nombre. Ello ha conducido a que el fracaso de estos en casi todos los países se haya interpretado también como la muerte  del ideario correspondiente.

Al menos en España, ha surgido en esta última época otra definición de socialismo, tanto o más disparatada que la anterior: “Socialismo es lo que se opone a la derecha”. Pedro Sánchez, tal vez por intereses personales, la ha puesto en circulación pretendiendo con ello trazar un cordón sanitario alrededor del PP.  La izquierda no se define por un programa coherente, sino por la simple oposición a la derecha, con lo que se puede entrar en un verdadero bucle, si a su vez la derecha se definiese por oposición a la izquierda. Es curioso que Sánchez en sus soflamas en contra de la oposición nunca hable del PP o de Vox, siempre se refiere a ellos como la derecha o como la ultraderecha.

Con la moción de censura a Rajoy, Sánchez consigue lo que desde el principio iba buscando, aun cuando solo tenía ochenta y cinco diputados: llegar a la presidencia del gobierno. Para ello tuvo que constituir la alianza Frankenstein, lo que significaba pactar con todos aquellos que buscaban la disolución del Estado. Representaba un salto cualitativo en la política española que precisaba justificación. Y Sánchez acudió a su recurso preferido, la separación entre izquierdas y derechas, anatematizar a esta última y definirse como el “gobierno del progreso”.

Durante los cinco años en la Moncloa, se han justificado los hechos más innobles y repudiables contra la democracia y la Constitución, porque son acciones de la izquierda y se dirigen contra la derecha, una derecha que describen como la conjunción de todas las vilezas y deméritos, tan solo porque se la denomina derecha. Es un discurso un tanto falaz, pero que puede tener éxito -y de hecho lo tiene-, ya que en la sociedad española está totalmente instalado el discurso identitario, nominalista, un fundamentalismo de partido. Se juzga no por las acciones, sino por el nombre. Es de izquierda lo que hace el sanchismo y sus socios de investidura; y es de derechas todo lo que se le opone.

El discurso es tanto o más paradójico cuanto que la pertenencia a la Unión Europea y a la moneda única termina unificando las políticas y permite pocas diferencias. De hecho, la política económica de Aznar no fue muy distinta de la aplicada por Zapatero, y los recortes que este acometió al final de su presidencia fueron más duros que los acometidos después por Rajoy, y si no fueron más allá, fue porque no tuvo tiempo. La política fiscal impuesta por Montoro después de la crisis fue, acaso por necesidad, más progresista que la implementada por María Jesús Montero.

El sanchismo ha traspasado las líneas rojas del Estado de derecho, ha violado casi todas las normas democráticas. Se ha pactado con los golpistas, con los secesionistas y con los herederos de ETA, a la que no están dispuestos a condenar. Se ha plegado a las exigencias de aquellos, cuya principal finalidad es la ruptura del Estado español, los ha blanqueado y ha adoptado su lenguaje. Se precisaba algo que ocultase tamaños desatinos. Sánchez lo ha encontrado en el establecimiento verbal de una cruzada con lo que recientemente llama ultraderecha y derecha extrema.

Tras la debacle electoral de mayo, su discurso en presencia de los grupos socialistas del Congreso y del Senado ha constituido un egregio ejemplo de esta estrategia. Amén de proferir no sé cuantos exabruptos y de afirmar tajantemente que el resultado electoral era injusto e inmerecido, planteó que el próximo 23 de julio la sociedad española tenía que elegir entre lo que denomina “gobierno de progreso” y lo que tilda de “la reacción”.

Lo cierto es que en buena medida los españoles ya eligieron el 28 de mayo, solo que a Sánchez no le gusta el resultado, ha dicho que el descalabro fue indebido e infundado. Los ciudadanos no debieron de ver por ninguna parte el gobierno de progreso, sino más bien una alianza Frankenstein o tal vez pensaron que no hay mayor reacción que olvidarse de Montesquieu y de Rousseau para retornar al “príncipe de Maquiavelo”, ni peor involución que retroceder al  cantonalismo de la I República.

republica.com 6-6-2023



LA ECONOMÍA ESPAÑOLA, COMO UNA MOTO

ECONOMÍA, GOBIERNO Posted on Lun, julio 03, 2023 23:58:32

No hay como repetir las cosas varias veces para convertir una mentira en verdad. Ciertamente, el sanchismo es maestro en esta estrategia; es más, consideran que causan más efecto si todos se refieren a lo mismo y con idénticas palabras. Ahora corean la consigna de que la economía española va como una moto; pretenden convencernos de que han sido unos maestros en la instrumentación de la política económica y para ello están dispuestos a utilizar todo tipo de argumentos, aun cuando sean contradictorios o claramente falaces. Incluso pretenden usar el de autoridad, que en todo caso será apto para la filosofía o para la teología, pero no para una disciplina como la economía.

El argumento se hace aun más inoperante cuando la autoridad no tiene mucha autoridad y es simplemente una técnico comercial como otras muchas, una funcionaria -se supone competente- que ha ido pasando por diferentes niveles en el Ministerio de Economía, desde jefe de servicio a subdirectora, terminando de directora general con Pedro Solbes, que en seguida la catapultó a la Comisión Europea. No soy de los que mantienen una admiración bobalicona ante los funcionarios internacionales. No lo considero ningún mérito ni pienso que por el hecho de serlo tengan mayor capacitación técnica que los empleados públicos españoles, solo que cobran un sueldo más abultado, eso sí.

Con anterioridad a su nombramiento como ministra de Economía, el currículum de Nadia Calviño, era muy regularcito: ni escritos ni libros ni conferencias ni títulos en el extranjero ni cátedras ni másteres; en fin, el de una funcionaria, supuestamente idónea y aplicada, pero de ahí a ser una autoridad en economía va un trecho. Los sanchistas, con la finalidad de hinchar el globo, hablan del gran prestigio que Calviño tiene en Europa. Presumo que ni más ni menos que como el resto de los ministros de Economía de los demás países miembros.

Sánchez, dándoselas de ingenioso, ha pretendido jugar con las palabras Nadia y nadie para recriminar al PP que carece de técnicos en la materia. Lo cierto es que lo de nadie resulta más propiamente aplicable a él. Desde que se enfrentó al Comité Federal y, a pesar de ganar luego las primarias, pudo contar con muy poca gente técnica. Tal como él se vanagloriaba, tenía a su lado a la base, a la militancia, pero muy pocos cuadros permanecieron leales.

Para el área de economía tuvo que echar mano de un antiguo guerrista, Manuel Escudero, que entre 1987 y 1991 se encargó dentro del PSOE del denostado programa 2000. Alejado desde hacía tiempo de la política, fue requerido por Sánchez para nombrarle secretario de política económica y empleo en la Ejecutiva federal. Tras la moción de censura y a la hora de formar gobierno, era lógico que se pensase en él como ministro de Economía, pero he aquí que Escudero era perro viejo y optó por el nombramiento de embajador permanente de España en la OCDE, puesto mucho mejor remunerado y sin complicaciones, aparte de la bicoca de residir en ciudad maravillosa como París. En fin, que Pedro Sánchez se quedó sin nadie y tuvo que recurrir a Nadia. Mejor Nadia que nadie.

De todas las formas, la poca o mucha autoridad que Calviño tuviese la perdió al aceptar participar en un gobierno nombrado por los golpistas catalanes y por los herederos de ETA, y aceptar además ser soguilla de Sánchez, siguiéndole el juego en reconstruir una realidad económica de España totalmente ficticia.

Comencemos por afirmar algo que se olvida con frecuencia: que estamos en la Unión Europea y pertenecemos a la Eurozona, con lo que el margen que se deja a los gobiernos de los países miembros es muy reducido. Basta considerar que la política monetaria no depende de los Estados, sino del Banco Central Europeo. Y, en buena medida, en lo tocante a la política fiscal, aunque sea competencia de los gobiernos nacionales, son muchos los condicionantes impuestos por la pertenencia al Euro. Por un lado, porque es lógico que la política fiscal y la política monetaria sean del mismo signo y, por otro, porque el sistema fiscal está coartado por la libre circulación de capitales y el libre cambio.

Se quiera o no, existe un común denominador en las políticas económicas de todos los países miembros. Malamente, por tanto, la economía española puede ir como una moto cuando la del resto está hecha una carraca. Desde luego, ninguno puede alardear de la buena marcha de su economía. No obstante, podrían sentirse orgullosos aquellos que -a pesar de la indigencia general- estén mejor situados, pero ese no es el caso de España, más bien se encuentra a la cola de todos ellos (véase mi artículo publicado en estas mismas páginas el 16 de febrero de 2023, con el título “Nadia en el país de las maravillas”).

Por supuesto, las comparaciones no pueden hacerse atendiendo a un solo dato o a un periodo muy reducido de tiempo. Lo lógico es contemplar lo que ha ocurrido en la economía desde finales de 2019, en que comienza la epidemia hasta los momentos actuales. El Gobierno, sin embargo, centra su discurso en datos concretos, aquellos que le convienen para mantener su tesis triunfalista. En concreto, fijándose en el primer trimestre de 2023, afirma que España está creciendo en mayor medida que los otros países, lo cual es cierto en referencia a Alemania, Francia, Países Bajos, Austria, y en general a los países de mayor renta, pero en menor cuantía que Italia, Portugal, Grecia y de la mayoría de los países del Este, es decir, salvo excepciones, los países de menor nivel económico.

Pero esto no es lo significativo. El dato en realidad relevante es que España ha sido el farolillo rojo de toda la Unión Europea a la hora de recobrar el nivel del PIB previo a la pandemia. A finales de 2022, esa magnitud tan solo fue del 98,73% del que teníamos en 2019, mientras que el resto de países había conseguido ya con anterioridad ese objetivo. Según los datos de Eurostat, la Eurozona en su conjunto lo alcanzó en el tercer trimestre de 2021, y en ese mismo momento lo lograron Grecia, Austria y Bélgica. La Unión Europea de forma global llegó a ese valor en el cuarto trimestre del 2021. Y en idéntica fecha lo recobraron Italia y Francia; Portugal y Alemania en 2022 (primer y segundo trimestre, respectivamente). Holanda es el país que antes lo consiguió, en el tercer trimestre de 2020. Etcétera.

La semana pasada el Gobierno quería anunciar -antes de que se celebrasen las elecciones- que España había alcanzado esa meta, lo que no era posible con la cifra provisional que el INE había facilitado como crecimiento del PIB en el primer trimestre de 2023, 0,5%. Muy probablemente, por eso, al ofrecer el dato definitivo, se eleva al 0,6%, con lo que el PIB se sitúa en el 99,9% de la cuantía que tenía en el cuarto trimestre de 2019. Ese uno por mil de diferencia se considera insignificante (aunque represente alrededor de 1.300 millones de euros) y así la ministra de Economía ha podido salir triunfante a la palestra a proclamar que la economía española se ha situado ya a los niveles precovid.

Teniendo en cuenta estas cifras, no nos puede extrañar que nuestro país sea también el único Estado de la Unión Europea que a finales de 2022 no había recuperado la renta per cápita anterior a la pandemia. Somos, por término medio, más pobres que en 2018 cuando Sánchez ganó la moción de censura. De poco puede pavonearse el presidente del Gobierno.

La evolución de estas variables cuestiona seriamente los datos sobre el empleo y el paro que nos facilita, vanagloriándose de ellos, el Gobierno. El Ministerio de Trabajo y el de Seguridad Social han introducido cambios, de manera que las cifras han dejado de ser indicativas. Tan solo las horas semanales trabajadas tienen significación, y esta variable sí es coherente con la evolución del PIB. Según el INE, en el cuarto trimestre de 2022 se trabajó por término medio menos horas semanales que en el mismo periodo de 2019. Estamos aproximadamente (sea cual sea el número de empleados) en un 98% del volumen de trabajo prepandemia.

Si el empleo ha crecido tanto como dice el Gobierno y las horas trabajadas se han reducido, solo puede ser porque se ha repartido el tiempo trabajado, es decir, se ha aumentado el empleo a tiempo parcial. Pero es que, además, la creación de empleo no es tan espectacular como pretenden hacernos creer, incluso es inferior a la de otros países. Si consideramos la tasa de empleo (número de empleados dividido por la población activa) publicada por Eurostat, esta variable en España pasa desde el cuarto trimestre de 2019 al primero de 2023, del 68.3 al 69,9. En otras palabras, ha crecido 1,6%, porcentaje inferior al incremento de la Eurozona que es del 1,7%, y este mismo incremento lo han tenido Italia, Portugal  y Francia, mientras hay otros países que han conseguido un aumento aun mayor: Alemania (1,8), Holanda, (2,5) y Grecia (6,0). No es desde luego para que Sánchez afirme que nuestra economía va como una moto.

El Gobierno se jacta también de que en los últimos meses la tasa de inflación española es inferior a la de las grandes economías de la Eurozona, lo cual es cierto, como cierto es que fue superior en la primera época de la subida de los precios. Por otra parte, nuestro país está muy alejado de la guerra y es lógico que esta y sus efectos le afecten menos. De todas las formas, lo importante para la mayoría de los ciudadanos no es tanto la inflación como el poder adquisitivo de los trabajadores, esto es, la evolución de los salarios reales. España es, según la OCDE, el país de la Eurozona en el que esta variable ha descendido más, si excluimos Holanda, Grecia, Estonia, Lituania y Letonia.

No obstante, con todo, al juzgar la negligencia y la ineptitud de este Gobierno en la aplicación de la política económica las encontramos en mayor medida no tanto en los resultados obtenidos -de los peores de toda la Eurozona-, sino por los recursos públicos que ha destinado, mucho más cuantiosos que los de los otros países. Estos tienen su origen, en primer lugar, en los fondos de recuperación europeos (no deja de ser paradójico que a pesar de ellos, España haya sido el país que, con mucho, más ha tardado en recuperarse); y, en segundo lugar, en el incremento ingente del endeudamiento público adquirido durante estos años, que minora el patrimonio de todos los españoles -un 17% del PIB-, muy superior al experimentado por la casi totalidad de los países europeos: el de Grecia, 5% del PIB; Portugal, 3%; Holanda, 3%; Alemania, 7%; Austria, 9%; Bélgica, 10%, y Francia e Italia, 14%, etc. La media de la Eurozona se ha situado en el 9%.

Con el endeudamiento puede producirse un cierto espejismo. Nos puede parecer que carece de importancia y que la chequera es ilimitada. Es la sensación que en estos momentos da Europa. Pero lo cierto es que los intereses a pagar se multiplican, sobre todo en épocas de inflación como las actuales. Crea dificultades al BCE a la hora de controlar la demanda, con lo que intensificará la subida de tipos de interés impactando muy negativamente sobre la población. El origen de la crisis  de 2008 se encuentra en el enorme incremento del endeudamiento que se produjo en la época de Aznar y Zapatero. Entonces fue el privado, pero hoy las dificultades las puede presentar el público.

Todo ello debe hacernos replantear la conveniencia de solicitar los fondos europeos cuya instrumentación se realiza a través de préstamos. Hasta ahora, los recursos se han concedido mediante transferencias a fondo perdido. No es que por ello no hubiese que atender a la oportunidad y a la eficacia en su manejo, pero la cuestión se hace tanto más relevante en cuanto que vamos a tener que devolverlos. Resulta imprescindible preguntarse si podemos endeudarnos ya más, aunque sea en condiciones de financiación beneficiosa y, sobre todo, si las aplicaciones en los gastos fijados por la Comisión son los que realmente necesitamos de forma más apremiante.

Resumiendo: ¿va la economía española como una moto?, ¿ha sido brillante la política económica aplicada por el Gobierno? Los resultados son peores que en el resto de los países de la Eurozona y los recursos empleados -que en buena parte antes o después habrá que devolver-, mucho más cuantiosos. Vamos, como para que el Gobierno tire cohetes…

republica.com 29-6-2023



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